martes, 12 de mayo de 2009

Días de recitación

El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de Gubbia, el terrible lobo,
rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.
(Los motivos del lobo - Rubén Darío)

Un micrófono, un equipo de grabación, un libro y una voz, la que había ganado concursos de declamación, todas estaban ahí y yo observaba. Debía tener unos cuatro o cinco años, aunque me inclino a creer que eran unos cinco, porque eran los días en los que, por una infección a la garganta tuve que recibir diez inyecciones (dos por día). Recuerdo esa tarde, como también recuerdo ese casette; recuerdo al "sapito glo glo glo", pero también recuerdo "Los motivos del lobo". Era una tarde soleada, del tiempo aquel en que Marcavalle no era lo que es hoy en día, sino que era un sitio un poco más tranquilo y ordenado.

Hacia mucho que yo sabía utilizar ese equipo, pero también observaba con respeto cuando mi papá hacía grabaciones ahí. Gracias a ese equipo pude escuchar, durante mi infancia, música y cuentos para niños que provenían de distintos LP's proporcionados por papá Apolonio o mi tío Agustín. Un recuerdo muy vago de cuando tenía tres años me lleva a un cuarto en la casa de mis abuelos en el sector de Huampaní; ahí, rodeado de una cama de metal, una biblioteca, un escritorio (cuyos cajones estaban llenos de LP's), un escarabajo de juguete (cuya cubierta había sido extraída por un travieso Geraldo de 2 años en promedio), un rompecabezas de cubos, una radio que captaba AM y MW, ahí, en medio de todo eso, me subí a una banca y coloqué el disco con la aguja puesta en el inicio de la música de Topo Gigio. Dos años después, veía el mismo equipo y escuchaba la voz de mi papá al leer esa poesía de la que no imaginaba que iba a ser una especie de hito en mi niñez.

Tres años después, tenía una hermana de tres años y estaba viviendo en otro departamento de Marcavalle; estaba en el colegio "José Andrés Rázuri" y en el salón estaban seleccionando al que iba a representar al 3ro de primaria en el concurso interno de declamación. No todos habíamos aprendido poesías hasta donde recuerdo, algo que no gustó mucho a la profesora Chabuca; éramos pocos, pero éramos y recitamos. El concurso del salón estuvo algo reñido. Recuerdo que al final quedamos tres y, por primera vez en mi vida, recurrimos a la democracia para decidir al representante. Habíamos recitado por segunda vez, lo que permitió que la gente escogiera con más criterio y sabiendo por quién estaba votando. Los votos, para no herir susceptibilidades, fueron secretos. Sentía miedo y temor; quería ser el representante; me había esforzado en aprender la primera parte de "Los motivos del lobo" y, bajo las atentas indicaciones del que había ganado varios concursos, había mejorado la mímica y la expresión en general. Tanto era mi afán que voté por mí mismo; pensaba que lo podía hacer bien, aunque también pesaba el hecho de que no era bueno en fútbol; no había podido bailar "Los Avelinos", porque no hice bien un paso y sentía que debía hacer ganar al salón en algo.

Cuando la profesora dio los resultados, no podía creerlo del todo. Había ganado, por mayoría, la representación del salón. Estaba contento, pero comenzaba un nuevo temor; la declamación ante toda la primaria. Si bien el concurso era entre los tres primeros grados (cuarto, quinto y sexto competían en otro nivel), igual iba a recitar al frente de todos y algún temor sentía. Creo que el mismo día tenía que declamar en frente de todos y, cuando pasamos a la formación, la angustia fue aumentando; repasaba en la memoria los versos mientras el niño de primero decía su poesía y lo mismo cuando salió el niño de segundo (por coincidencias de la vida, era el hermano de una compañera del salón que, andando los años, me encontré en la universidad). Al fin, me llamaron. El jurado, que estaba conformado por tres personas esperaba, y haciendo de tripas corazón subí al escenario. Era la primera vez que estaba ante a un público; de reojo, pude ver los rostros de ánimo de mis compañeros. Respiré hondo y comencé. Ya no vi a nadie; las palabras fluyeron y no hice mucho esfuerzo para ir recordando los versos. Viví las palabras de San Francisco y me sentí pacifista de algún modo. De pronto, había terminado; agradecí y bajé; sabía que lo había hecho bien; no sabía si lo suficiente como para ganar, pero sabía que lo había hecho bien. Volví a la formación; me tocaba esperar que recitaran los de los grados superiores. Aún recuerdo la fascinante voz de Denisse; ya no recuerdo el apellido, pero sí me acuerdo del nombre; mi instinto me dijo que ella iba a ganar en ese nivel y que, tal vez, a ella hubiera sido difícil ganarle.

De pronto, terminaron todos y solo restaba escuchar el resultado. Se anunciaba el segundo puesto y el primero. Nunca había estado tan nervioso; nunca había esperado tanto algo; el segundo puesto no era yo. ¿Sería posible? Algunos de mis compañeros me miraron emocionados; ¿lo habría logrado? Escuché mi nombre; mi salón vitoreó y yo no salía de mi estupor: era el primer puesto de los tres primeros grados; tal vez, con los años, resulta una victoria pequeña, pero, para un niño era una gran victoria. Además, mi intuición no se equivocó: en el otro nivel, ganó la que pensaba que iba a ganar. Nos ordenaron regresar al salón, pero ya no habían más clases y mis compañeros, felices por mí y por el salón, me alzaron en hombros, Los mayores se rieron bastante con aquella escena y, a la vez, es una escena que jamás se me borrará de la memoria. No estaba lejos el día del aniversario del colegio y recitábamos los ganadores. Fue la única vez que declamé en el auditorio del Club Peruano. Estaba más nervioso todavía, porque aquella vez declamé ante todos los alumnos del colegio, los profesores y los padres en un recinto que probablemente estaba lleno como cuando vi a mis compañeros bailar "Los Avelinos".

Sin embargo, dos años después (ya en otra escuela, pero con los mismos compañeros de aquel salón), no estaba contento del todo; quería recitar el poema completo alguna vez, pues solo había ganado con un fragmento de él. La ocasión se presentó el día del maestro; se lo dediqué a la profesora Canchaya; sabía que iba a sorprender a varios de mis compañeros que no habían leído el poema completo y que, probablemente, pensaban que iba a repetir el plato. Comencé y llegué hasta la parte donde había terminado la primera vez. Mis amigos esperaban un "gracias", pero sonreí y continué. Cada uno de los versos que siguieron los viví con nerviosismo. Sabía que no podía y no debía olvidarme; era una especie de reto para mí mismo. Cuando llegué al "Padre Nuestro que estás en los cielos ...", respiré aliviado y recibí los cariñosos aplausos de los padres y de los amigos con los que no iba a pasar mucho tiempo después de eso (solo año y medio le quedaba a esa especie de paraíso).

El tema principal de este post se aborda recién en este párrafo. Ese año la U.S.E. en un estertor de su funcionamiento, pues se desactivaría el año 1997, organizó un concurso de declamación por niveles en todos los campamentos en los que estaba presente la empresa "Centromín Perú". el motivo era el "Día de la Madre". Igual que la vez anterior hubo un concurso en el salón y salí elgido como representante. El principal problema era el concurso a nivel de los cuatro salones de sexto. Los otros representante también recitaban muy bien. Mi mayor temor era el chico de 6to "B". Cuando llegó el día, recité "El brindis del bohemio" (la parte final). Recité bastante nervioso ese día y no se me escuchó bien; quedé segundo lugar entre los cuatro; era suficiente para la clasificación, pues pasaban los dos primeros para competir con los dos primeros de quinto. El concurso era al día siguiente en la mañana. Mi horario de estudios era en la tarde. Practiqué un poco con mi papá ese día. Esperé con cierto temor el día siguiente. Llegó el momento y la música de acompañamiento no funcionó bien, lo que desconcentró. Para esto, el chico de quinto que me había antecedido había recitado excelentemente. Alexander Camayo se llama y no lo he vuelto a ver desde hace años, pero le debe ir bastante bien, porque era un chico muy inteligente. Estuve tenso y me faltó algo de soltura. Terminé y escuché un comentario de una profesora "los dos de sexto declamana muy bien", pero algo me decía que, tal vez, no había hecho lo suficiente. Sin las miradas de mis compañeros, tal vez, no me sentí tan confiado.

Mi papá escuchó cuando declamé y fuimos a descansar al carro. Comenzaron a dar los resultados y tenía una ligera esperanza. Llegaron, por fin, al último nivel; tal vez, la intuición o la experiencia de los concursos ganados hicieron que mi papá me dijera que estuviera tranquilo y que ya había llegado hasta ahí. salí del carro, cuando llegaron a mi nivel. Hasta donde recuerdo, no había escuchado mi nombre en el cuarto y el tercer puesto; y, de pronto, oí mi nombre en el segundo puesto (aunque puede ser que me equivoque), pero, al menos, eso creí escuchar. Un rayo hubiera sido menos doloroso; mi papá me abrazó. No lloré, pero, tal vez, porque no podía, pero estaba triste. Mi papá me animaba y me animé probablemente, porque, en la tarde, conté, con cierta tranquilidad, que no había ganado.

Alexander Camayo representó a la escuela primero a nivel de La Oroya en un concurso que no sé exactamente dónde se realizó. Me alegré de que le fuera bien; luego, representó a La Oroya frente a otros campamentos. Ese concurso era televisado por TV7 de La Oroya. Ahí, pude ver el concurso y hasta donde recuerdo Alexander ganó, lo cual fue una alegría para la escuela y para nosotros, pues era alguien de la escuela.

Años después, recitaría en el colegio "José Carlos Mariátegui"; por nervios, en dos ocasiones, me olvidé de la poesía. Recité en otras dos ocasiones en las que me fue bien. En el Salesiano, recité tres veces poemas a la Vírgen María y, en las tres, me olvidé el poema original. Sin embargo, gracias a una iluminación divina, pude improvisar versos en esas ocasiones que me valieron felicitaciones de profesores y compañeros; los textos que recitaba no eran tan conocidos; por lo tanto, todo eso pasó como si lo supiera de memoria. En esos años, dejaría la declamación por el canto, tema que será abordado en otra ocasión.

Volviendo al tema de los concursos; si bien ese año no viví una victoria individual en las declamaciones, viviría la más bacán victoria que puede haber: la grupal. El salón repitió el primer puesto que había logrado tres años atrás de manera conjunta en una evaluación de corte académico: el examen de la U.S.E., el cual será descrito en el siguiente post.