lunes, 30 de marzo de 2009

El hospital de Chulec

Les recomiendo que lean el artículo escuchando la música del video, porque creo que expresa el sentimiento infantil que pretende el texto.
http://www.youtube.com/watch?v=FcOt6mfjxeA

Los datos sobre las imágenes están colocados al final de este artículo. Están consignadas debidamente las páginas en las que han isdo encontradas. En este link http://www.guiarte.com/mapas-destinos/satelite_poblacion_la-oroya.html , pueden ver La Oroya por medio de satélite.

Hoy no he ido a la escuela y no sé por qué papá me está dejando dormir un poco más; ya no tengo mucho sueño; está en la cocina preparándome el desayuno, siempre que puede lo hace. Me dice que me vista y que me ponga el uniforme por sea caso; ummm ¿por sea caso? Bueno, estoy mal; supongo que es por eso. Papá hoy ha preparado papas fritas con huevo frito. Estamos tomando una taza de café con leche y comiendo lo que preparó; mi mamá se ha ido temprano a trabajar; a veces, se turnan para llevarme donde mi abuelita y estar con ella hasta que ellos terminen de trabajar. Se han llevado temprano a mi hermana donde mi abuelita; ¿qué iremos a hacer hoy en el que no estoy yendo a la escuela?

Me dice que me abrigue y que baje las escaleras mientras él baja la bicicleta [1]. Luego de colocar la alfombrita y el cojín, me subo atrás donde hay un asiento de metal y me sujeto de mi papá para no caerme. Iniciamos la travesía en Marcavalle. Necesariamente, tenemos que ir, en un tramo, por la carretera central, porque no queda de otra; de esta manera, pasamos por el S.E.Y.O. [2] , el sector de Huampaní, el sector de Buenos Aires, el sector de Santa Rosa, el sector de Esmeralda (ubicados todos estos sectores al lado derecho de la carretera yendo en la dirección Lima - Huancayo) hasta llegar al sector de Huaymanta [3]. Giramos a la izquierda; entramos como dirigiéndonos a las casas de ese sector, pero, en realidad, antes de cruzar el puente que está sobre el río Yauli, y que separa la carretera central de esas casas, volteamos hacia la derecha en línea paralela a la línea del tren. Avanzamos por ahí hasta llegar a otro sector denominado Los Plomos [4], en el que nos separamos de la línea férrea y entramos a una pista de tierra. En ese lugar, transita más gente y veo salir de los campamentos a distintas señoras que van a lavar a las piletas ubicadas entre los jirones de campamentos y a niños que todavía son muy chicos como para ir a la escuela jugar con otros. Luego de pasar por ahí y por la "Casa de Piedra", llegamos a la zona de Railway y, antes de entrar al lugar donde paran los carros que van a Lima, Huancayo y Tarma, cruzamos otro puente que pasa sobre el río Yauli y que nos conduce a la carretera que lleva a Tarma. Avanzamos por el sector conformado por el Hotel Inca, el edificio Sesquicentenario, Torres Hidro; llegamos al sector de Amachay (todos estos sectores ubicados a la derecha de la carretera cuando uno va de La Oroya a Tarma); mi escuela está cerca, pero pasamos de largo; ya estamos llegando a la entrada del campo de Golf (un inmenso campo de juego de la época de la Cerro de Pasco y que ahora es un campo recreacional). Acabo de adivinar hacia donde nos dirigimos; al llegar a la garita mi papá habla con el vigilante y pasamos el puente que cruza el río Mantaro. Acabamos de entrar a una zona bonita de La Oroya: Chulec. Solo los altos jefes y los profesionales de alto rango que trabajan en Centromín Perú viven ahí; en ese lugar, también está el hospital en el que nació mi hermanita. Subimos por la carretera que lleva hacia este centro de atención, porque está más arriba. Al llegar, ya sé adonde me tengo que dirigir; entro al Área de Pediatría como 'Pedro por su casa'.


Me siento mientras espero que mi papá vaya a hacer trámites que no entiendo; luego, viene y se sienta junto a mí. Me llaman; paso la consulta médica y el resultado es una inyección y una parte de mí no quiere, porque sabe que va a doler; sin embargo, otra parte de mí sabe que es la mejor manera de curarme y paso a la segunda sección del consultorio para que me inyecte la enfermera. No recuerdo claramente, pero creo que a este mismo lugar me trajeron un día en el que metí la mano a la rueda de la bicicleta y me mordíeron los dedos los rayos de esta rueda. Ese recuerdo es borroso, porque solo recuerdo esa sala iluminada, y al médico y a la enfermera que preparaban un instrumental. No recuerdo nada más. Probablemente, me dormí.

Este es el mismo hospital donde operaron a mi tío abuelo cuando lo atropellaron y una piedra entró ligeramente en el cráneo y no podía ser removida. La extracción fue exitosa. Es el mismo hospital, habían operado de la vesícula a mi abuelita. En ese lugar, habían salvado varias veces a los distintos hijos de mis abuelitos, entre ellos a mi mamá. En ese hospital, había un mural pintado por papá Apolonio. Todos hablaban bien de ese hospital. Era considerado, tal vez, el mejor de toda la región central y, ahora, yo estaba ahí con el miedo a la inyección. La recibí porque sabía que no había manera más rápida de curarme. Ahí trabajaba una tía mía, pero yo no la conocía mucho; solo la veía cuando uno de los que iban conmigo iba a buscarla.


Hemos regresado a la bicicleta y emprendemos el camino de regreso. No voy a ir a la escuela hoy día; ya es un poco tarde. Paso por los mismos sectores y me emociona por semejante paseo en bicicleta por casi toda la ciudad al lado de la carretera y con los carros pasando a nuestro costado. Voy con mi papá y confío en que, con él, puedo enfrentar lo que sea.

______________________________________________________

El hospital de Chulec fue creado en tiempos de la empresa Cerro de Pasco Cooper Corporation. Tal como informa el Dr. Emilio Marticorena, a quien en varios momentos oí nombrar en mi vida, es en este hospital que se ubica la base del Centro de Investigaciones Médicas de Altura (CIMA), lo cual le otorga fama nacional e internacional por ser un centro de investigación que aporta bastante a la literatura médica respecto de las enfermedades y tratamientos de las distintas dolencias que pueden aparecer en la altura. Este hospital, si bien todavía sigue en funcionamiento, entra en decadencia en los años noventa con la privatización de Centromín Perú, pues se comienza a reducir personal y a dejar de lado las implementaciones que se iban a llevar a cabo. Con el transcurso de los años, ha reducido cada vez más su capacidad de atención y no se han llevado a cabo modernizaciones ni contratación de personal nuevo. Uno a uno los antiguos especialistas se han ido retirando y han migrado a otras zonas del país. Lo que queda ahora es una sombra del gran hospital que alguna vez fue y que todos los que han podido atenderse ahí, por tener algún vínculo con la empresa, aún extrañan.

Con la decadencia del hospital de Chulec, se perdió no solo un gran centro de desarrollo médico, sino que se perdió uno de los pocos lugares en los que los pobladores confiaban en términos médicos. Aún hoy, como mudo testigo de la decadencia que invadió La Oroya (la cual podría ser un capítulo complementario del libro "Todo lo sólido se desvanece en el aire" de Marshall Berman) se puede ver las columnas e inicios de los cimientos de una construcción que iba a complementar el hospital (con la privatización fomentada por Fujimori, todo eso se detuvo).

_______________________________________________________

[1] Yo vivía en un departamento que estaba ubicado en el segundo piso del block W del sector de Marcavalle.

[2] Sindicato de Empleados de Yauli - La Oroya

[3] Sector de campamentos que han sido destruidos y ya no existen el día de hoy.

[4] Sector de campamentos que también han sido destruidos y que tampoco existen.


Imágenes:

Imagen 1: Paradero de Marcavalle (foto de Govert-Jan Mennen) - Extraída de http://www.virtualperu.info/cities_la_oroya.html

Imagen 2: Sector de Buenos Aires / Carretera central (foto de Antonio Bonora) - Extraída de http://www.virtualperu.info/cities_la_oroya.html

Imagen 3: Sesquicentenario y Torres Hidro (vista como si se regresase de Chulec a la zona de Railway) - Extraída de http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=571541

Imagen 4: Sector de Amachay (foto de Heidi ....) - Extraída de http://picasaweb.google.com/heidi.loh/PeruNovember4182007#5138100036380838098

Imagen 5: Hospital de Chulec (foto de Aquiles Monroy y Hegel Salazar) - Extraída de http://altitudchulec.blogspot.com/2009/02/chulec-cima-historia-de-la-medicina.html

Imagen 6: Casas de Chulec (foto de Aldo Malpartida) - Extraída de http://www.flickr.com/photos/32891213@N00/454487671/

martes, 17 de marzo de 2009

Madrugadas de La Oroya a Huancayo

"Gerald, hijo, despierta; ya son las 3:30 y a partir de las 4:00 comienzan a pasar los carros". "Sí ma" o "sí pa" eran las respuestas que solía dar. Después de eso, debía levantarme, a pesar del frío o la hora, para tomar el bus que pasara en la ruta Lima-Huancayo. Entiendo que ustedes se dirán, con toda razón: "¿Y a santo de qué ese pequeño diálogo?" No desespereís que acá va la respuesta.

Estas palabras pertenecen a una madrugada de lunes cualquiera del año 2000. Aquel año la privatización y la conversión de educación fiscalizada en educación pública me habían llevado a mi último destino como estudiante escolar: el colegio Salesiano "Santa Rosa". Mi paso por la educación pública había sido bueno: académicamente había destacado; no obstante, mis padres no estaban conformes con lo que, ya en el Salesiano, conocería con el nombre de "formación integral". Ese sería el objetivo de mi traslado. La reflexión y conciencia que adquirí en este colegio, probablemente se debió tanto a la formación en este centro educativo como al alejamiento de mi familia (no es lo mismo estar a los 15 años con tus padres y hermanos, que extrañarlos todos los días con un hecho tan trivial como el almuerzo). Esa es la forma mas no el fondo de este post, pues, sobre todo, quiero hablar de las formas de viaje de La Oroya a Huancayo a través de la anécdota.

Una vez abrigado, salía y caminaba como unos 150 metros hasta donde tenía que tomar el carro. El paradero se llamaba Grifo Marcavalle o Marcavalle (así lo conocen hasta hoy los transportistas que transitan por ahí y tienen que bajar pasajeros en plena ruta hacia la selva o alguna ciudad serrana de más allá, porque ese es el nombre del sector donde vivía). Ahí, las opciones de que buses como "Ormeño" o "Cruz del Sur" pararan era nula o casi improbable, lo cual habla muy bien de su política empresarial de no incomodar al pasajero, pero también de su nula u obcecada (por ser amables con ellos) visión empresarial. Digo esto porque las demás empresas que, en ese tiempo, podían cobrar 8 soles para ir de Huancayo hacia Lima cuando llegaban a La Oroya aumentaban el precio a 10 0 12 soles y la gente igual subía. Es decir, muchos en La Oroya gustan de la comodidad y el confort, y, si se trata de tener un buen servicio, pagarían la suma adecuada para tenerlo (implicando con eso que podrían haber tenido una agencia ahí, pero, bueno, para que se den cuenta de esto empresas que solo viven de la capital, como muchas veces sucede, tendría que ocurrir un milagro inesperado. En fin, seguiré con mi relato.

Entonces, evidentemente, las empresas que me llevaban eran otras (Salazar, Etucsa, Carmelitas, etc. en un arranque de piedad o de querer ganar alguito podían llevarlo a uno). Dependía mucho de si hubiera asientos o de si el carro se veía seguro; casi siempre me acompañaba al paradero mi papá o mi mamá, valientes ellos por acompañarme con todo el frío que hacía. Ahora, antes de seguir, quiero aclarar que no era la única forma de llegar a Huancayo. Entonces, ¿por qué escogía esa?

La primera opción que tenía era salir con los autos que cobraban 15 soles y salían a a partir de las 5 de la mañana. Esta opción ya la había escogido al principio del año y tenía los siguientes inconvenientes: tenía que salir con el uniforme puesto (porque llegaba a Huancayo a tomar el carro que me llevaba al colegio), tenía que llevar todo mi equipaje al colegio, podía llegar tarde (porque los autos salían recién al llenarse y, por ejemplo, una vez llegué 8:30 a.m. porque el carro no se llenó hasta 6:20 a.m.), había conductores amables y conductores malcriados (con lo que quiero decir que algunos te alcanzaban frezadas para que uno se abrigue y otros abrían la ventana como si de la costa se tratara y no les importaba el frío que hacía), no tomaba desayuno, me tensaba demasiado con lo de la tardanza, etc.

La segunda opción consistía en viajar el día anterior para lo cual podía tomar los carros "América". Estos carros pertenecían y pertenecen a una empresa que se caracterizaba por hacer en cuatro horas lo que los autos hacían en 2 horas o 2 horas y media, porque ellos sí se detenían a cada rato (la gente de los pueblos de la ruta, mayormente, no tiene cómo desplazarse, así que eso resulta entendible y no estoy criticando del todo eso). Esta empresa solo realizaba viajes de día, nunca de noche; el primer carro estaba disponible a partir de las 6:00 a.m., pero, hasta que se llenara, podía pasar una hora y media, con lo cual quedaba descartado viajar la madrugada de lunes. Pero, un momento, "¿y por qué no viajabas domingo?" me estarán preguntando en sus cabezas. El primer inconveniente era que yo tenía que hacer constar mi asistencia a misa, es decir, hacer firmar mi cartilla (para el colegio), y me gustaba ir a la misa de las 6:00 p.m. de los domingos en Marcavalle. La segunda razón es que para mí era muy difícil irme en domingo, porque los fines de semana eran los únicos momentos que podía estar con mi familia y con las personas de la ciudad que conocía. Huancayo era un mundo nuevo y todavía inexplorado en ese año. Resultaba difícil no estar tentado a quedarse lo más posible, hasta que la última oportunidad quedara desgastada y no me quedara más remedio que irme otra semana.

Por lo tanto, por todo eso, subía a los carros que pasaban de Lima hacia Huancayo. Llegaba alrededor de las 6:00 a.m., con tiempo para dormir un poco tal vez y tomar algo de desayuno, alistarme tranquilo y salir hacia el colegio. Cada una de las madrugadas en las que subí a esos buses pensé en distintas cosas. Una vez me hicieron subir al pasillo que comunica la cabina del chofer y las escaleras (ese día estaba con mi tía, que viajaba por otra razón) y me puse a pensar a todos los que viajan encerrados y sentía que era una lástima no poder observar nada de los paisajes que recorres). Otro día viajé en las escaleras de la cabina y, a pesar de que tenía que moverme a cada rato, conforme subían o bajaban las personas, me gustó poder observar de manera tan panorámica los lugares por los que pasábamos. Las demás veces subí a distintos asientos dentro del bus, siempre dedicaba un rato de mis pensamientos a mi familia, a cómo me dolía dejarlos semana a semana para ir a estudiar a otra ciudad pensando que tal vez un solo error del conductor podía privarme de ellos, aunque siempre confiaba en lo que me decían en el colegio: "Todo aquel que llega a una casa salesiana, llega de la mano de María Auxiliadora". Y yo lo creía y hasta el día de hoy lo creo. En otras ocasiones, pensaba en mis amigos tanto de La Oroya como de Huancayo; a veces, iba escuchando mi walkman y también pensaba en la chica que me gustaba por aquel entonces.

No todo eran pensamientos; algunas veces tuve que leer libros para controles de lectura ("La palabra del mudo" fue uno de ellos) o mis cuadernos para los exámenes. Me ayudaba de una linterna que tenían mis papás y que, en un viaje de campo de lingüistas, se terminó de malograr. Casi siempre, los buses entraban a Jauja y ahí subían a vender panes y otros bocados hechos de harina. No compré muchas veces esos productos, pero, de vez en cuando, me antojaba y compraba. A partir de ese lugar, volvía a dormir, pero cada vez más tenso porque ya íbamos a llegar y tenía que estar atento para no pasarme del paradero donde tenía que bajar. De lo contrario, iba a tener que tomar taxi. Nunca me pasé por quedarme dormido.

El regreso podía ser en auto o en bus, pues ya no había apuro. Al principio, era los viernes a las 2:00 p.m., apenas salía del colegio. Luego de la primera mitad del año, tenía que volver los sábados, porque comencé a estudiar inglés en el ICPNA de Huancayo. Estos ya son otros temas y el viaje ya quedó relatado.

jueves, 5 de marzo de 2009

De los proyectores de cine a los tableros de dibujo

Al promediar el año 1954, un supervisor se dirige a la oficina del director de Relaciones Industriales porque uno de sus trabajadores se había ausentado durante tres días; en el mismo recinto, se encontraba el mencionado trabajador. Una vez que el director hubo escuchado la queja le informa lo siguiente al supervisor: “El señor Suárez ha sido transferido al área de Entrenamiento”. Es así que se da el cambio de ocupación de este trabajador que (para mayores detalles) es mi abuelito.

El año 1948, don Apolonio Suárez ingresa a trabajar a lo que en ese entonces era la empresa Cerro de Pasco Cooper Corporation; su primera labor fue la de bibliotecario y encargado de la limpieza en el cine Club Peruano. Este recinto estaba bajo la administración de esta empresa. Luego de un año trabajando en esta ocupación, Apolonio Suárez asume otras dos funciones: la de operador de los proyectores del cine y la de dibujante de las propagandas de las películas. De esta manera, todos los días, en un corredor en el que se ubicaba el material publicitario cinematográfico, el señor Apolonio pintaba y hacía letras alusivas a la proyección de ese día en dos pizarras, en las cuales según nos cuenta el señor Apolonio se ponía la publicidad de la película de ese día y la del día siguiente. Por otro lado, el señor Suárez también se encargaba de operar las maquinarias de proyección de filmes; esta labor la tenía que realizar durante las tres funciones del día: matinée, vermouth y noche, salvo los días domingos en los que había una función adicional matinal. Como es natural, estos proyectores necesitaban de mantenimiento; por lo tanto, la curiosidad y el deseo de saber hicieron que el señor Apolonio estudiara cine por correspondencia a través de una institución argentina. El afán fue tan grande que también estudió por correspondencia para ser técnico en radio y televisión, lo cual se hizo a través de una institución norteamericana; inclusive, esta institución le envió un radio desarmado como una especie de evaluación para que él construyera este artefacto. Regresando al tema cinematográfico, estos estudios le permitieron encargarse del mantenimiento de las máquinas y, con esto, tener mayor dominio de su área de trabajo. Como un adicional a todos estos trabajos, también se encargaba de elaborar las diapositivas publicitarias que se proyectaban antes del comienzo de la película. Estas diapositivas se elaboraban en cristales de 6 cm por 9 cm, lo cual demandaba un esfuerzo bastante grande porque implicaba hacer dibujos y letras en miniatura. Estas labores las realizó el señor Suárez durante un promedio de cinco años.

Casi al término de la temporada de trabajo en el cine, durante el tránsito del supervisor del área de Entrenamiento de la empresa hacia su diario trabajo, observó los dibujos y letras realizados por el señor Suárez para la publicidad del cine. Esto motivó que dicho supervisor se comunicara con el director de Relaciones Industriales de esta empresa; de este modo, don Apolonio fue llamado a la oficina del director ya mencionado para que pase un examen en el área de Entrenamiento. Como era de esperarse, el señor Apolonio pasó con éxito esta evaluación y el director le dio tres días de prueba para evaluar si el nuevo trabajo era más conveniente o no; como ya se habrán imaginado ustedes, esos tres días son los mismos por los que el supervisor del párrafo inicial se iba a quejar. Entonces, en ese encuentro, se le comunica al antiguo supervisor el traspaso de su ex trabajador a otra área de trabajo.

Las funciones que tenía el señor Suárez en esta nueva ocupación eran las de hacer gráficos ilustrativos para poder instruir a los distintos trabajadores (ya sean obreros, empleados, ingenieros, etc. ) acerca de los distintos procesos que se llevaban a cabo en las distintas áreas de esta empresa minero – metalúrgica. Según nos cuenta el señor Apolonio, por ejemplo, diseño gráficos que se vinculaban con el proceso de elaboración de los concentrados de plomo y cobre. Por ende, se puede notar que la labor de esta nueva área era elaborar materiales ilustrativos – educativos para los distintos operarios de la empresa. Al promediar el año 1972, ya estaba formada oficialmente el área de Artes Gráficas y, más o menos unos ocho a diez años después, el señor Suárez rinde y aprueba una evaluación para encargarse de la supervisión de toda el área de Artes Gráficas. Es necesario recordar que ya para este entonces la empresa Cerro de Pasco ya no estaba en funcionamiento porque había sido nacionalizada y, en su cambio, estaba operando la empresa Centromín Perú. Además, es necesario recordar también que La Oroya, lugar donde trabajaba el señor Suárez, había sido y era el núcleo del área de influencia de las dos empresas pues, en esta ciudad, se procesaba todo el mineral traído de los distintos campamentos; entre ellos, podemos enumerar a Morococha, Yauricocha, Casacalpa, Cobriza, Andaychagua, San Cristóbal, Cerro de Pasco, Lima, etc. Entonces, la labor gráfica del señor Suárez implicaba tanto ocupaciones que se realizaban en La Oroya como en otros campamentos, con lo cual el trabajo era mucho mayor.

El año 1995, ya en pleno proceso de privatización de Centromin Perú, el señor Suárez decide jubilarse de su puesto de supervisor del Área de Artes Gráficas, luego de cuarenta y siete años de haber trabajado desarrollando su talento artístico en las distintas funciones que le tocó desempeñar.
__________________________________________________
Ficha Biográfica:
Nombre completo: Apolonio Perfecto Suárez Miguel
Lugar de nacimiento: Morococha (provincia de Yauli, departamento de Junín)
Lugar de crianza: Ataura (provincia de Jauja, departamento de Junín)
Fecha de nacimiento: 18 de abril de 1927
Ocupaciones: Fotógrafo, dibujante, pintor, operador de cine
Lugar de trabajo: Ministerio de Fomento (Proyecto de irrigación de la margen izquierda del río Mantaro), Cerro de Pasco Cooper Corporation, Centromín Perú

domingo, 1 de marzo de 2009

Y, ¿por qué no ser sacerdote?


Hacia 1995, había cambiado de escuela y estaba por descubrir un mundo completamente distinto de desestructuración de lo que había conocido como educación fiscalizada regentada por la empresa Centromín Perú, pero ese es otro cantar que, probablemente, será abordado en otro post. Vuelvo al tema inicial; este año comenzaría mi lectura de un libro que contenía relatos sobre San Francisco de Asís. Estas narraciones se llaman "Florecillas de San Francisco" y resultaban bastante entretenidas e instructivas.

Un día en el que vagaba por mi nueva escuela a la hora del recreo, dos compañeros del salón (quienes se llamaban John y Zila) me hablaron sobre asistir a un grupo de lectura donde había otros niños. El grupo se llamaba NINFRA. Me imagino que ustedes se preguntarán: "¿Y qué es eso?" Pues, bien, significa "niños franciscanos". Yo encantado acepté, porque eran días en los que me sentía llamado a ser alguien importante dentro de la Iglesia Católica y por otra razón más de fondo: mis papás habían pertenecido a la Orden Franciscana Seglar (la famosa 3ra orden franciscana); para los neófitos en estos temas, la orden de tipo laico y no religioso. Recuerdo con claridad los días en los que a mis 3 o 4 años había ido con mis papás todos los viernes a esa especie de pequeña casita ubicada en el tercer piso de las oficinas pastorales de lo que, hoy en día, es el templo Inmaculada Concepción de La Oroya Antigua. Si no me equivoco, tenía dos ambientes principales, un pequeño baño y un patio-balcón. Las reuniones se realizaban en el primer ambiente en el cual había una estatua de San Francisco y una pizarra con la cual se realizaban algunas explicaciones. Además, había una mesa casi pegada a la pared en la que estaba la pizarra y alrededor de ella estaban colocadas bancas alargadas de madera como las que uno puede encontrar en los puestos de comida de las esquinas. Mis memorias solo almacenan los rezos y los rostros de algunas de las personas que iban a las reuniones: el señor Esteban, el señor Carlos Romero, la señora Celina, la señorita Panchita, etc. Lo mejor, como es cuando uno es niño, era al final, porque en esa calle que se llama la "calle Tarma" había una pollería que tuvo éxito durante un tiempo y a la cual me gustaba mucho ir: la pollería "El Cortijo" (pero bien que me desvío y no ataco el punto principal).

Para el año 1995, yo ya tenía 10 años y bastante tiempo había pasado desde aquellas reuniones. Decidí ir ya como integrante del grupo de niños. La dinámica no era muy distinta a lo que recordaba que pasaba con los mayores. Leíamos un texto y reflexionábamos sobre este; era sobre la vida de San Francisco y también leíamos la Biblia. Como era de esperarse, también rezábamos. Fueron pocas reuniones, porque, por una "chiquillada", el grupo se fragmentó; bueno, era entendible, pues aún éramos niños. Sin embargo, este tiempo fue suficiente para que conocieran de mi existencia los de JUFRA, que era la "juventud franciscana", un grupo intermedio entre NINFRA y la Orden Seglar. No recuerdo cómo llegaron a saber que yo sabía bastante de la vida del santo que nos había reunido a todos ahí; el caso es que lo supieron y fui invitado a una especie de reunión-concurso de las distintas JUFRAs del valle del Mantaro. Dicho encuentro se realizó en Ocopa y yo fui por dos motivos: recitar "Los motivos del lobo" de Rubén Darío en una de las presentaciones (objetivo que no se cumplió) y participar en el concurso sobre la vida de San Francisco (este objetivo sí se cumplió).

Estuvimos varios días en Ocopa; de esa estadía, saldría lo que para todos fue mi primera declaración amorosa, aunque lo único que hice yo fue decirle a la chica cómo se le declararía un chico, pero nadie me creyó; en fin, allá ellos por creer que me iba a declarar a una chica que hasta donde recuerdo me llevaba cuatro o cinco años; hace unos días me enteré que se dedica a la Optometría y que le va muy bien con eso; pero, bueno, otra vez me desvío y ustedes disculparán por tanta ramificación. En el penúltimo día, en la noche, se realizó el dichoso concurso. Mi ingenuidad me había hecho creer al principio que íbamos a dar un examen o algo así; mi desengaño hizo que me diera cuenta de que este concurso de conocimientos iba a ser muy parecido a los concursos de lecturas literarias de la USE Centromín Perú (de los cuales trataré en otro post). Es decir, nos colocaron a los dos representantes de cada JUFRA en una mesa y todas las mesas formaban un semicírculo; al centro, estaban los padres franciscanos quienes eran los que actuaban de jurados (no recuerdo cómo nos tocaban las preguntas; tampoco me exijan tanto pues). Al frente, estaba el público en el que estaban todos los que habían venido de las distintas JUFRAS y las chicas de Saño (que también eran de una JUFRA y hasta donde recuerdo eran simpáticas). Obviamente, yo era el menor de todos: un chibolo de 10 años compitiendo con gente de 14 hasta 25 años. Evidentemente, no me esperaba toda esa parafernalia y ese roche (porque de alguna manera lo era, debía extrañar a la gente que un chibolo como yo estuviese metido ahí). Las cosas resultaron más o menos; quedamos terceros entre 6 o 7 JUFRAs, algo que no estaba del todo mal, pero que tampoco estaba del todo bien.

Esa competencia y el tiempo que pude ver a los frailes y sacerdotes me hicieron pensar en la vocación sacerdotal, aunque más quería ser fraile que sacerdote (cuestiones técnicas del argot católico). Durante algún tiempo, la idea anduvo rondando por mi cabeza hasta que me gustó una chica y la idea se fue al tacho, pero eso solo sucedería casi un año y medio después. Me había llamado la atención la forma de vida de los franciscanos; muchos años después también me llamaría la atención el carisma de los salesianos (aunque nunca se lo dije a ninguno de mis compañeros del colegio Salesiano, porque no sentía que era una vocación tan fuerte); más adelante, volvería a pensar en el asunto cuando ya comenzaba en Lingüística y me comenzaba a interesar el lineamiento humanista de los jesuitas; hace poco la idea volvió aunque no he evaluado todavía con cuánta fuerza. Sin embargo, todo eso ya es agua de otro molino, pues solo me quería referir a lo de los franciscanos.

Dicho sea de paso, el local al que aludí les ha sido quitado a los integrantes de la orden por el párroco de turno, para uso de la parroquia; sin embargo, son años y años en los que la tercera orden franciscana ha estado ahí; esperemos que lo puedan volver a usar.