martes, 17 de marzo de 2009

Madrugadas de La Oroya a Huancayo

"Gerald, hijo, despierta; ya son las 3:30 y a partir de las 4:00 comienzan a pasar los carros". "Sí ma" o "sí pa" eran las respuestas que solía dar. Después de eso, debía levantarme, a pesar del frío o la hora, para tomar el bus que pasara en la ruta Lima-Huancayo. Entiendo que ustedes se dirán, con toda razón: "¿Y a santo de qué ese pequeño diálogo?" No desespereís que acá va la respuesta.

Estas palabras pertenecen a una madrugada de lunes cualquiera del año 2000. Aquel año la privatización y la conversión de educación fiscalizada en educación pública me habían llevado a mi último destino como estudiante escolar: el colegio Salesiano "Santa Rosa". Mi paso por la educación pública había sido bueno: académicamente había destacado; no obstante, mis padres no estaban conformes con lo que, ya en el Salesiano, conocería con el nombre de "formación integral". Ese sería el objetivo de mi traslado. La reflexión y conciencia que adquirí en este colegio, probablemente se debió tanto a la formación en este centro educativo como al alejamiento de mi familia (no es lo mismo estar a los 15 años con tus padres y hermanos, que extrañarlos todos los días con un hecho tan trivial como el almuerzo). Esa es la forma mas no el fondo de este post, pues, sobre todo, quiero hablar de las formas de viaje de La Oroya a Huancayo a través de la anécdota.

Una vez abrigado, salía y caminaba como unos 150 metros hasta donde tenía que tomar el carro. El paradero se llamaba Grifo Marcavalle o Marcavalle (así lo conocen hasta hoy los transportistas que transitan por ahí y tienen que bajar pasajeros en plena ruta hacia la selva o alguna ciudad serrana de más allá, porque ese es el nombre del sector donde vivía). Ahí, las opciones de que buses como "Ormeño" o "Cruz del Sur" pararan era nula o casi improbable, lo cual habla muy bien de su política empresarial de no incomodar al pasajero, pero también de su nula u obcecada (por ser amables con ellos) visión empresarial. Digo esto porque las demás empresas que, en ese tiempo, podían cobrar 8 soles para ir de Huancayo hacia Lima cuando llegaban a La Oroya aumentaban el precio a 10 0 12 soles y la gente igual subía. Es decir, muchos en La Oroya gustan de la comodidad y el confort, y, si se trata de tener un buen servicio, pagarían la suma adecuada para tenerlo (implicando con eso que podrían haber tenido una agencia ahí, pero, bueno, para que se den cuenta de esto empresas que solo viven de la capital, como muchas veces sucede, tendría que ocurrir un milagro inesperado. En fin, seguiré con mi relato.

Entonces, evidentemente, las empresas que me llevaban eran otras (Salazar, Etucsa, Carmelitas, etc. en un arranque de piedad o de querer ganar alguito podían llevarlo a uno). Dependía mucho de si hubiera asientos o de si el carro se veía seguro; casi siempre me acompañaba al paradero mi papá o mi mamá, valientes ellos por acompañarme con todo el frío que hacía. Ahora, antes de seguir, quiero aclarar que no era la única forma de llegar a Huancayo. Entonces, ¿por qué escogía esa?

La primera opción que tenía era salir con los autos que cobraban 15 soles y salían a a partir de las 5 de la mañana. Esta opción ya la había escogido al principio del año y tenía los siguientes inconvenientes: tenía que salir con el uniforme puesto (porque llegaba a Huancayo a tomar el carro que me llevaba al colegio), tenía que llevar todo mi equipaje al colegio, podía llegar tarde (porque los autos salían recién al llenarse y, por ejemplo, una vez llegué 8:30 a.m. porque el carro no se llenó hasta 6:20 a.m.), había conductores amables y conductores malcriados (con lo que quiero decir que algunos te alcanzaban frezadas para que uno se abrigue y otros abrían la ventana como si de la costa se tratara y no les importaba el frío que hacía), no tomaba desayuno, me tensaba demasiado con lo de la tardanza, etc.

La segunda opción consistía en viajar el día anterior para lo cual podía tomar los carros "América". Estos carros pertenecían y pertenecen a una empresa que se caracterizaba por hacer en cuatro horas lo que los autos hacían en 2 horas o 2 horas y media, porque ellos sí se detenían a cada rato (la gente de los pueblos de la ruta, mayormente, no tiene cómo desplazarse, así que eso resulta entendible y no estoy criticando del todo eso). Esta empresa solo realizaba viajes de día, nunca de noche; el primer carro estaba disponible a partir de las 6:00 a.m., pero, hasta que se llenara, podía pasar una hora y media, con lo cual quedaba descartado viajar la madrugada de lunes. Pero, un momento, "¿y por qué no viajabas domingo?" me estarán preguntando en sus cabezas. El primer inconveniente era que yo tenía que hacer constar mi asistencia a misa, es decir, hacer firmar mi cartilla (para el colegio), y me gustaba ir a la misa de las 6:00 p.m. de los domingos en Marcavalle. La segunda razón es que para mí era muy difícil irme en domingo, porque los fines de semana eran los únicos momentos que podía estar con mi familia y con las personas de la ciudad que conocía. Huancayo era un mundo nuevo y todavía inexplorado en ese año. Resultaba difícil no estar tentado a quedarse lo más posible, hasta que la última oportunidad quedara desgastada y no me quedara más remedio que irme otra semana.

Por lo tanto, por todo eso, subía a los carros que pasaban de Lima hacia Huancayo. Llegaba alrededor de las 6:00 a.m., con tiempo para dormir un poco tal vez y tomar algo de desayuno, alistarme tranquilo y salir hacia el colegio. Cada una de las madrugadas en las que subí a esos buses pensé en distintas cosas. Una vez me hicieron subir al pasillo que comunica la cabina del chofer y las escaleras (ese día estaba con mi tía, que viajaba por otra razón) y me puse a pensar a todos los que viajan encerrados y sentía que era una lástima no poder observar nada de los paisajes que recorres). Otro día viajé en las escaleras de la cabina y, a pesar de que tenía que moverme a cada rato, conforme subían o bajaban las personas, me gustó poder observar de manera tan panorámica los lugares por los que pasábamos. Las demás veces subí a distintos asientos dentro del bus, siempre dedicaba un rato de mis pensamientos a mi familia, a cómo me dolía dejarlos semana a semana para ir a estudiar a otra ciudad pensando que tal vez un solo error del conductor podía privarme de ellos, aunque siempre confiaba en lo que me decían en el colegio: "Todo aquel que llega a una casa salesiana, llega de la mano de María Auxiliadora". Y yo lo creía y hasta el día de hoy lo creo. En otras ocasiones, pensaba en mis amigos tanto de La Oroya como de Huancayo; a veces, iba escuchando mi walkman y también pensaba en la chica que me gustaba por aquel entonces.

No todo eran pensamientos; algunas veces tuve que leer libros para controles de lectura ("La palabra del mudo" fue uno de ellos) o mis cuadernos para los exámenes. Me ayudaba de una linterna que tenían mis papás y que, en un viaje de campo de lingüistas, se terminó de malograr. Casi siempre, los buses entraban a Jauja y ahí subían a vender panes y otros bocados hechos de harina. No compré muchas veces esos productos, pero, de vez en cuando, me antojaba y compraba. A partir de ese lugar, volvía a dormir, pero cada vez más tenso porque ya íbamos a llegar y tenía que estar atento para no pasarme del paradero donde tenía que bajar. De lo contrario, iba a tener que tomar taxi. Nunca me pasé por quedarme dormido.

El regreso podía ser en auto o en bus, pues ya no había apuro. Al principio, era los viernes a las 2:00 p.m., apenas salía del colegio. Luego de la primera mitad del año, tenía que volver los sábados, porque comencé a estudiar inglés en el ICPNA de Huancayo. Estos ya son otros temas y el viaje ya quedó relatado.

3 comentarios:

  1. uhh me dio pena :( mucha pena siempre que se van mis papás pienso lo mismo que tú pensabas en las escaleras de los buses
    me dió pena en general y pensar que te había visto tan vago y gardfield tomando tu gaseosa en la pre xD
    ay gerry cheshire , me dió pena

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  2. Umm pequeña hermanita sip ps en eso pensaba: en nuestros padres, en ustedes; tal vez, no viví mucho con Carlos por esa razón, pero aún recuerdo el día que quería que vaya a recogerlo con mi buzo del sale (porq había llegado de Huancayo) y se alegró al verme ahí a la salida, porq les podía decir a sus amigos q yo estaba en el sale... lo único que lamento tal vez de todo eso es que no pude ver cómo iba convirtiéndose de niños en adolescentes, esa es la razó por la que no me quiero perder ahora su paso por la u.

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  3. Que paja que alguien escriba sobre la Oroya (con esto que acabo de escribir me siento culpable de no hacer lo mismo). Ya te había dicho que estos posts que haces son un viaje al pasado... primero me acuerdo de los viajes La Oroya-Hyo cuando el paradero quedaba en lo que hoy es el parque donde está la réplica del obelisco de las pampas de Junín. Algunos pasajeros comiendo un caldo verde en el carro es la primera imagen que se me vino a la mente jaja, la gente lo pedía con un huevo sancochado y lo tomaba mientras esperaba que parta el carro (sí, yo viajaba con América, pero felizmente por esa época la carretera no terminaba de malograrse, así que el viaje no era tan insoportable aun). La otra opción era un desayuno más cotidiano: un jugo de maca con pan (¿o era sin pan? yo nunca lo tomé, me quedé con las ganas)... ahora que recuerdo, en ese lugar habían campamentos, aunque no lo puedo asegurar... ¡fue hace tanto!
    A mi me acostumbraron a ver el viaje LO-Hyo en un carro de lima como un premiazo porque eran mil veces más cómodos y no paraban tanto, eso fue en los 90, pero la cosa ya cambió cuando llegaron los buses camión... aparte de la mala fama que todo el mundo les hacía, se balanceaban horrible, a mi me daba mucho miedo viajar en esos buses.
    Mi mamá y yo siempre hemos guerreado pa viajar de regreso a la Oroya, la rutina del fin de semana era maso así: salir el sábado temprano de La Oroya para llegar a las 7 u 8 am a San Jerónimo (no vivímos en Hyo mismo), a veces íbamos a visitar a mi hermano que estudiaba en la del centro, Ibamos a un cerco de eucaliptos que teníamos de herencia de no sé quién o a ver cómo iba la cosecha (sí, también he chambeado en el campo de niño, pero solo como cuestión familiar... gracia a eso he probado las papas y los choclos maas buenos), a pasear por la ciudad, y muchas cosas más. Regresando al tema de los viajes, para ir a La Oroya había que ser bien guerrero, porque como a las 10pm del domingo ya no hay carro para La Oroya, había que ir a "Mariátegui" (el paradero de los carros pa Lima) y a veces habían salvajes que no te querían subir o, en todo caso, te querían cobrar pasaje directo... siempre había mecha a la hora de cobrar jaja, no sé por qué. Yo viajaba tranquilo porque mi vieja era paradora jeje.
    Otro tema era si nos habíamos hecho tarde, o si la visita era muy bonita, o si nos habíamos quedado haciendo humitas o tamales, o si habíamos coincidido con la tia Irma en la visita(una de las tantas hermanas de mi mamá) o si simplemente nos daba flojera viajar. En ese caso prometíamos despertarnos a las 5 am, pero mentira pe, salíamos a esperar algún carro al grifo (el nombre del paradero) a esperara a que pase algún carro pa que nos jale...
    Los ultimos años antes de que se desocupara la casa de San Jerónimo ya regresábamos mas temprano, no recuerdo exactamente el motivo, pero sí recuerdo que que eran los peores viajes porque fue justo antes de que arreglen la carretera, cuando estaba hecha una desgracia y el viaje duraba al rededor de una hora más de lo normal. Siempre fue duro tratar de evitar el uso de los carros "América"...

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